La ciencia es una de las mayores aventuras humanas. A lo largo de la historia, la necesidad de entender el mundo, por qué cae una manzana, cómo se mueve un planeta o de qué está hecho un mineral, ha impulsado el progreso del conocimiento.
Pero la ciencia no avanza a base de intuiciones o suposiciones: necesita orden, medida y método.
De ahí surgen dos pilares fundamentales de toda investigación científica: el Método Científico, que marca el camino del descubrimiento, y el Sistema Métrico Internacional (SMI), que permite expresar los resultados con precisión y coherencia en cualquier parte del mundo.
Ambos son el lenguaje común de la ciencia moderna, y comprenderlos es esencial para cualquier estudiante o investigador.
Antes del siglo XVIII, cada región, y a veces cada ciudad, tenía sus propias medidas: la “vara”, la “arroba”, el “pie”, el “codo”… incluso el tamaño de una cuerda o de un puñado podía variar de un mercado a otro.
Esto causaba enormes confusiones, especialmente en el comercio y la ciencia. ¿Cómo comparar los resultados de un experimento si las unidades no coincidían?
Durante la Revolución Francesa, los científicos decidieron crear un sistema de medidas basado en la naturaleza y universal para todos. En 1791 se definió el metro como la diezmillonésima parte de la distancia entre el ecuador y el polo norte, y a partir de ahí nació el Sistema Métrico Decimal, que con el tiempo evolucionaría en el Sistema Internacional de Unidades (SMI).
Accede aquí y repasa ejercicios de conversiones.
Hoy, el SMI es el idioma común de la ciencia, la tecnología, la medicina y la industria. Desde un químico midiendo gramos hasta un ingeniero calculando kilómetros o un físico analizando segundos, todos hablamos el mismo lenguaje numérico.
Si el SMI nos permite medir, el método científico nos enseña a pensar.
Es el conjunto de pasos ordenados que los científicos siguen para estudiar un fenómeno, obtener datos y formular conclusiones válidas.
Aunque puede variar según la disciplina, sus fases principales son:
Observación: detectar un hecho o fenómeno que despierte curiosidad.
Ejemplo: una planta crece más rápido junto a la ventana que en la sombra.
Planteamiento del problema: ¿por qué ocurre eso?
Hipótesis: formular una posible explicación (“la luz influye en el crecimiento”).
Experimentación: diseñar pruebas controladas para comprobar la hipótesis.
Análisis de resultados: interpretar los datos recogidos.
Conclusión: aceptar o rechazar la hipótesis.
Comunicación: compartir los resultados para que otros los comprueben.
Lo importante no es acertar siempre, sino seguir un camino razonado y verificable.
Un buen científico no busca confirmar lo que piensa, sino ponerlo a prueba.
Para realizar este experimiento seguiremos las pautas marcadas por el método científico.
Cuando echamos azúcar en un vaso de agua caliente, parece disolverse más rápido que en agua fría.
Esto despierta una pregunta científica: ¿la temperatura del agua afecta realmente a la velocidad de disolución?
¿Aumenta la temperatura del agua la velocidad con la que el azúcar se disuelve?
Si la temperatura del agua es mayor, entonces el azúcar se disolverá más rápido, porque las partículas del líquido se mueven con más energía y facilitan que el sólido se disperse.
Materiales necesarios:
3 vasos de cristal transparentes
3 cucharaditas de azúcar
Agua fría (de nevera), agua del tiempo y agua caliente (≈60 °C)
Cronómetro o reloj
Cuchara para remover
Termómetro (opcional, para medir la temperatura exacta)
Procedimiento:
Llena cada vaso con la misma cantidad de agua (por ejemplo, 200 mL).
Mide la temperatura de cada vaso.
Añade una cucharadita de azúcar en cada uno al mismo tiempo.
Remueve de forma constante y mide el tiempo que tarda el azúcar en disolverse completamente en cada vaso.
Anota los resultados en una tabla como esta:
Temperatura del agua Tiempo de disolución (s)
Fría (≈10 °C) 75 s
Templada (≈25 °C) 40 s
Caliente (≈60 °C) 18 s
Los datos muestran que el azúcar se disuelve más rápido cuanto mayor es la temperatura del agua.
Esto coincide con la hipótesis inicial: el aumento de temperatura incrementa la energía cinética de las moléculas de agua, lo que acelera la disolución del soluto (azúcar).
La hipótesis se confirma parcialmente: la temperatura influye en la velocidad de disolución del azúcar.
Cuanto más caliente está el agua, más rápidamente se disuelve.
Sin embargo, se podrían realizar nuevas pruebas variando otros factores, como el tipo de soluto (sal, cacao) o el volumen del líquido, para comprobar si el resultado se mantiene.
El experimento puede presentarse en clase o en un informe de laboratorio con:
Título
Objetivo
Hipótesis
Materiales
Procedimiento
Resultados (con tabla y gráfico de barras)
Conclusión
Esto enseña a comunicar la ciencia con claridad, una parte esencial del trabajo científico.
Estos dos pilares, el SMI y el método científico, están íntimamente relacionados.
El método científico exige medir y comparar los resultados de los experimentos. Y para medir, necesitamos unidades claras, universales y consistentes.
Sin el SMI, los experimentos no podrían reproducirse correctamente en diferentes laboratorios o países.
De hecho, uno de los principios fundamentales de la ciencia es la reproducibilidad: si otro investigador repite el mismo experimento, debe obtener los mismos resultados.
Por eso, las mediciones deben realizarse siempre en unidades del SMI.
Esto no solo aporta precisión, sino también credibilidad: la ciencia es confiable porque sus resultados se pueden verificar.
🧩 “Mide, convierte y compara”
Objetivo: comprender la importancia del SMI y la precisión experimental.
Propuesta:
Elige tres objetos del aula o laboratorio (por ejemplo: una tiza, un vaso y una regla).
Mide su masa y longitud en diferentes unidades (gramos, miligramos, centímetros…).
Convierte todos los resultados al SMI.
Representa los datos en una tabla y discute los posibles errores de medición.
Reflexiona: ¿qué pasaría si cada persona usara un sistema diferente?
El kilogramo fue durante más de un siglo la única unidad del SMI definida por un objeto físico: un cilindro de platino e iridio guardado en París.
En 2019, esta definición cambió para basarse en una constante universal: la constante de Planck. Así, las unidades del SMI ya no dependen de objetos, sino de propiedades fundamentales de la naturaleza, haciendo el sistema aún más estable y preciso. Si quieres profundizar en cómo se aplican las unidades y las conversiones dentro del trabajo experimental, puedes visitar la página:
👉 La actividad científica: trabajo de laboratorio, unidades y conversiones
Allí encontrarás ejemplos prácticos sobre el uso de instrumentos, normas de seguridad y factores de conversión en el laboratorio.