Las Cuevas de Altamira, situadas en Cantabria, España, son uno de los ejemplos más destacados del arte rupestre del Paleolítico. Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, estas cuevas contienen pinturas y grabados realizados hace aproximadamente 36.000 años por los primeros habitantes de Europa.
Fueron descubiertas en 1868 por un cazador, pero fue en 1879 cuando el arqueólogo Marcelino Sanz de Sautuola y su hija María las exploraron en profundidad. Las imágenes sorprendieron al mundo académico de la época, aunque inicialmente fueron objeto de escepticismo.
Las pinturas, realizadas con pigmentos naturales como óxido de hierro y carbón, representan animales como bisontes, ciervos y caballos, además de figuras geométricas y manos humanas.
Los artistas paleolíticos de Altamira usaron técnicas innovadoras para su época, como el uso de relieves naturales de la cueva para dar volumen a las figuras. Este nivel de detalle y realismo ha llevado a pensar que estas pinturas no eran meramente decorativas, sino que podrían haber tenido un significado ritual o mágico, relacionado con la caza o la fertilidad.
Las Cuevas de Altamira no solo son una ventana al pasado, sino que también han permitido a los arqueólogos entender mejor cómo vivían, pensaban y se expresaban los humanos del Paleolítico.
Altamira se ha convertido en un símbolo del legado cultural de la Prehistoria.