Blas de Lezo y Olavarrieta (1689–1741) fue uno de los marinos más valientes y brillantes de la historia naval española. Nació en Pasajes (Guipúzcoa), en una familia de tradición marinera, y desde joven mostró un espíritu audaz que lo acompañaría toda su vida.
Su carrera comenzó muy temprano, a los 12 años, cuando se unió a la Armada francesa en plena Guerra de Sucesión Española. Allí se forjó en combate, enfrentándose a grandes potencias europeas y demostrando una valentía que le ganaría tanto respeto como cicatrices.
Blas de Lezo es recordado no solo por sus victorias, sino también por sus heridas legendarias. A lo largo de su vida perdió una pierna, un ojo y la movilidad de un brazo, pero nunca su espíritu.
En 1704, durante la batalla naval de Vélez-Málaga, un cañonazo le destrozó la pierna izquierda.
Años después, una esquirla de metralla le hirió el ojo.
Más tarde, una bala de mosquete le dejó el brazo derecho inutilizado.
Aun así, continuó combatiendo. Su aspecto, cojeando, tuerto y con un solo brazo funcional, le valió el sobrenombre de “Mediohombre”, aunque su genio y coraje demostraron que valía más que muchos enteros.
Su carrera naval fue tan intensa como diversa. Luchó contra ingleses, holandeses, genoveses y piratas en el Mediterráneo y en el Atlántico. Su mente táctica y su resistencia lo convirtieron en uno de los mejores estrategas navales de su tiempo.
Durante sus años al servicio de la Corona española, defendió los intereses del Imperio en múltiples misiones: protegió convoyes, recuperó territorios y mantuvo las rutas comerciales seguras frente a enemigos poderosos.
Pero sería en América donde alcanzaría su gesta más asombrosa.
En 1741, el Imperio británico planeó una gran ofensiva para apoderarse de las colonias españolas en el Caribe. El objetivo principal era Cartagena de Indias, una de las ciudades más estratégicas del continente americano.
Al mando de la defensa se encontraba Blas de Lezo, con unos 3.000 hombres y seis barcos. Frente a él se desplegó una flota británica imponente: 186 barcos y más de 25.000 soldados, comandados por el almirante Edward Vernon.
Todo parecía perdido. Las crónicas cuentan que los británicos confiaban tanto en su victoria que incluso acuñaron medallas celebrando la conquista de Cartagena antes de que ocurriera.
Pero Lezo no se rindió. Con inteligencia y determinación, organizó una defensa heroica:
Fortificó el puerto y los accesos terrestres.
Aprovechó la geografía para obligar a los enemigos a avanzar por zonas estrechas.
Ordenó hundir algunos de sus propios barcos para bloquear la entrada de la bahía.
Tras semanas de asedio, enfermedades y combates, los británicos tuvieron que retirarse humillados. La flota inglesa perdió miles de hombres, y su prestigio quedó gravemente dañado.
El pequeño ejército de Blas de Lezo había conseguido lo imposible: derrotar a una de las mayores armadas de la historia.
Paradójicamente, el triunfo de Blas de Lezo no fue reconocido en su momento. Las comunicaciones lentas y las tensiones políticas en la corte española provocaron que su hazaña pasara casi desapercibida durante décadas.
Poco después de la batalla, Blas de Lezo enfermó gravemente, probablemente por las heridas y las condiciones insalubres del asedio, y murió en Cartagena de Indias en septiembre de 1741. Tenía 52 años.
Su nombre cayó en el olvido durante mucho tiempo, pero su legado resurgió siglos después. Hoy, Blas de Lezo es considerado uno de los mayores héroes navales de la historia universal y un símbolo de coraje, resistencia y patriotismo.
Blas de Lezo no fue solo un militar valiente, sino también un hombre con una profunda vocación de servicio. Creía en la disciplina, la estrategia y la defensa del bien común por encima del interés personal.
Su historia nos enseña que la grandeza no depende de las circunstancias físicas, sino de la determinación interior. A pesar de sus heridas, nunca renunció a sus deberes ni a su país. Su ejemplo inspira aún hoy valores de esfuerzo, constancia y humildad.
En los últimos años, la figura de Blas de Lezo ha sido recuperada y celebrada:
En 2014 se inauguró una estatua en su honor en Madrid, frente al Museo Naval.
En Cartagena de Indias se conservan restos de las fortificaciones que defendió.
Su nombre figura en academias navales y buques de guerra de la Armada española.
En colegios e institutos, su historia se estudia como ejemplo de valentía y estrategia.
El “Mediohombre” se ha convertido en un símbolo de superación personal y amor por la patria, recordándonos que las verdaderas batallas se ganan con inteligencia, coraje y fe en uno mismo.
Blas de Lezo fue un hombre que nunca se rindió, incluso cuando el cuerpo le fallaba. Su inteligencia táctica y su espíritu indomable derrotaron a un imperio entero, demostrando que la verdadera fuerza no se mide en músculos ni en armas, sino en carácter.
Hoy, su figura nos recuerda que los grandes héroes no necesitan ser perfectos, solo valientes y fieles a sus ideales.